viernes, 9 de septiembre de 2011

When you don't want to see



No sé si será una especie de sexto sentido para algunas mujeres fijarse en weones pencas, de esos que no valen ni un minuto la pena. Y lo peor es que aunque a veces sabe que pueden estar al borde de serlo, una cierra los ojos y repite incansablemente “él no es así” como autoconvenciéndose de que no es lo que parece. O justificándolo en sus acciones, creyendo que las cosas se han dando de tal manera que han hecho que él reaccione de una manera tan poco adecuada e incomprendida, que termina siendo también tremendamente injusto con nosotras. Pero no sé cuál será el afán de autoengañarse, o cerrar los ojos, si una al final sabe y conoce a la persona que tiene al lado. No sé si será miedo a perder, o confianza en que todo puede solucionarse y mejorar, pero como una piensa que la realidad que se vive en verdad no es realidad, y buscamos desesperadamente una vía de escape que, en verdad, no existe. Y aceptamos migajas, humillaciones a veces, malos ratos, carachos y peleas que son completamente evitables; todo por no querer perder(lo). ¿Cuánto somos capaces de soportar las mujeres cuando amamos? No lo sé, y no sé si alguien lo sepa exactamente. Sólo sé a ciencia cierta que soportamos mucho, quizás demasiado; incluso muchas cosas que en verdad no merecemos. Pero una está ahí, enamorada, dele que dele, soportando todo, soñando en que “un día” todo pueda mejorar y volver a vivir casi en un cuento de princesas en donde el príncipe continúa siendo príncipe, y uno un ogro/duende gruñón que ya no te ama ni te hace realmente feliz, y que por el contrario, desconoces.

Las mujeres decimos tanto y tan poco a la vez. A veces son sólo gestos, palabras o suspiros incluso los que hablan por nosotras. Pero pareciera que nadie los alcanza a leer y entender que somos y decimos más de lo que hablamos y expresamos. Dentro de nuestra complejidad como seres humanos – porque me carga cuando dicen que sólo el género femenino es el complejo, cuando en realidad, las personas en sí, independiente el sexo, lo somos – creo que en general las mujeres buscamos las cosas más simples: sinceridad y comprensión, además, obviamente, del amor. ¿Tan complejo es ser sincero y comprensivo?

A veces la vida da tantas vueltas que una no alcanza a percibir con claridad cuando las cosas cambian y dejan de ser lo que nosotras creíamos. Sin darnos cuenta, convivimos con gente que de pronto desconocemos, que se transformó, vaya una a saber cuándo, cómo y por qué. Muchas veces no hay respuestas ante las miles de preguntas que nos formulamos ante tanta situación nueva, la incertidumbre nos come, y terminamos por no entender nada. Seremos más optimistas, o ingenuas, no lo sé, pero por lo general, creo, que siempre pensamos en que el futuro puede ser mejor. Pero, ¿qué es exactamente lo mejor? ¿qué es lo que esperamos del futuro? ¿que nos devuelva al hombre del que nos enamoramos; o que se lo lleve, y nos deje en paz de una vez, aunque eso duela? Yo creo que esperamos lo primero, pero siempre terminamos aceptando lo segundo, que finalmente es lo realista y más sano. De alguna u otra forma, siempre, siempre, los ojos se abren… y se ve tanta weá junta, indeseable, dolorosa, injusta y deprimente, que asusta, y queremos correr hacia alguna dirección, da lo mismo cual sea mientras nos aleje de toda esa mierda que se nos viene inevitablemente encima. Todo lo que crees que era, finalmente no es, y bueno, no sé que pasa ahí… No sé si llamarle decepción cuando abres los ojos, pero si no es eso, ¿qué es?.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Variaciones sobre el Olvido.


El pasado es siempre una morada. Cuando nos mudamos al presente, a veces alimentamos la ilusión de que cerrando aquella casa con tres candados (digamos perdón, la ingratitud o el simple olvido) nos vamos a ver libres de ella para siempre. Sin embargo, no podemos evitar que una parte de nosotros quede allí, coleccionando goces o rencores, transmutando los momificados hechos, en delirios, visiones o pesadillas. Esa parte de nosotros que allí queda nos llama cada tanto, nos hace señales, nos refresca viejas primicias, y todo ello porque es la primera en saber que no nos conviene abandonarla, hacer de cuenta que nunca existió. El olvido es, antes que nada, aquello que queremos olvidar, pero nunca ha sido factor de avance. No podremos llegar a ser vanguardia de nada ni de nadie, ni siquiera de nosotros mismos, si irresponsablemente decidimos que el pasado no existe.

El amnésico y el olvidador

Hay una diferencia sustancial entre el amnésico y el olvidador, y entre este y el olvidadizo, que es apenas un precandidato a olvidador. El amnésico ha sufrido una amputación (a veces traumática) del pasado; el olvidador se lo amputa voluntariamente, como esos reclutas que se seccionan un dedo para ser eximidos del servicio militar. El olvidador no olvida porque si, sino por algo, que puede ser culpa o disculpa, pretexto o mala conciencia, pero que siempre es evasión, huída, escape de la responsabilidad. No obstante, el olvidador nunca olvida su objetivo, que es encerrar el pasado (cual si se tratara de desechos nucleares) en un espacio inviolable. El pasado siempre encuentra un modo de abrir la tapa del cofre y asomar su rostro. El amnésico hace a menudo denodados esfuerzos para recuperar su pasado, y a veces lo consigue; el olvidador hace esfuerzos, igualmente denodados, por desprenderse del mismo, pero solo cosecha frustración, ya que nunca logra el pleno olvido. El pasado siempre alcanza a quien reniega de él, ya sea infiltrándose en signos o en gestos, en canciones o pesadillas.

Los pueblos nunca son amnésicos. Amnistía no es amnesia. La tradición es un recurso de la memoria colectiva, pero también hay otros. Hay que prohibirse mirar hacia atrás; hay que mirar siempre adelante. (Digamos como el rinoceronte, miope conspicuo pero arremetedor. No obstante, alegoría más idónea e incitante es la del búho, que aunque no tiene ojos en la nuca, bien que se las arregla para mirar hacia atrás y tal vez por eso tiene fama de sabio)

La palabra es probablemente la mayor dificultad con que se enfrentan los olvidadores profesionales, porque la vocación congénita de la palabra no es omitir, sino nombrar, así como la justicia esta para juzgar y no para complicarla en el olvido. Pese a todo, para la injusticia solo hay un remedio y este no es el olvido, sino la justicia.

El cálculo que suelen hacer los olvidadores es que ellos olvidan a plazo fijo (y con fructuoso interés) y que en todo caso serán sucesores quienes deberán hacer frente al rechazo popular. Juzgar el pasado no es faena cómoda, pero al menos no es inútil como el olvido. El olvido es un barniz, o incluso la propuesta de una imagen espuria, peor debajo del barniz o la imagen fraudulenta, la realidad finalmente surge.

Al prójimo ecuánime y entrañable, que también los hay, no le seduce la retórica del olvido sino las cuentas claras, esas que conservan enemistades. No ignora que tras esa mímica de generosidad, tras ese despilfarro de perdones, tras ese simulacro de justicia, el pasado de veras sigue intacto: con sus principios y sus riesgos, sus frustraciones y sus laureles, sus violetas y sus pavos reales, sus almas en pena y sus almas en gloria. Ocurre que el pasado es siempre una morada y no hay olvido capaz de demolerla.

MARIO BENEDETTI (1987)